sábado, 23 de febrero de 2008

Espina.

Observaba detenidamente aquella espina que se había clavado en mi alma sin dejarla partir.
Estaba tan clavada como una espina de pesado cuando se clava en la garganta y no se va hasta que tienes que ir al médico para que desaparezca esa espina.

Pensaba, solo pensaba que no va a salir por mucho que quisiera, me quedé con ese dolor agonizante y partidario de la desilusión.

Al final quedé ahí tirada, en aquel mugriento lugar, donde desesperada por quitármela, dejé que mi mente vagara.

Una pequeña hormiguita empezó a escarbar con sus dientes en mis músculos para llegar a aquella alma pinchada. Ella sola no podía así que con otra hormiga se ayudaron mutuamente para poder llegar hasta allí.

Yo me retorcía de dolor, sentía como con un aguja iban escarbando en una herida, intentaba aguantarme, pero chillaba, chillaba una y otra vez hasta que al final con una voz desgarrada dije "me quiero morir..."
Aquel dolor no volvió a suspirar, pero sentí como una flecha estuviera clavada dentro de mí y como la quitaban poco a poco.

Las hormiguitas iban quitando aquella espina y dejaron el alma marchar.

Yo de la cama salté, mis padres me observaban con detenimiento mientras mi madre me agarraba la mano.

- Tranquilízate, todo ha sido un sueño...

Me volví a dormir, ella estaba allí, pero nada había sido un sueño, aquellas hormiguitas quisieron ayudarme, aquellas hormiguitas que solo viven en mi corazón quisieron ayudarme a no morir...

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