Mi historia es muy simple, desde que he tenido 2 años he vivido en un orfanato y ya está.
Ahora tengo 18 años y hace cinco meses que salí de mi hogar porque ya era mayor de edad y ya no podría vivir allí...
Os preguntaréis dónde duermo y que hago, pues os contestaré:
Ahora mismo duermo en un pequeño piso alquilado, en un barrio donde la violencia es la protagonista. En frente de mi casa hay una iglesia en la cual todos los días se oye cantar y parecen felices; yo sin embargo la tristeza me invade, echo de menos aquellas personas que me criaron y a las que considero mis amigos....pero la vida es así de dura y hay que seguir adelante.
Una tiendecita donde venden un poco de todo se halla a la izquierda de mi portal; y a la derecha hay una peluquería casi siempre que paso por ahí esta llena...
Trabajo de fotógrafa, y aunque no gano mucho me sirve para poder vivir.
No me llega para los estudios porque no tengo suficiente dinero pero me saco algunos cursillos para que sea un poco más profesional.
Acabo de abrir por la mitad mi álbum de fotos que me regalaron mis cuidadores en sus principios. En las fotos son de cuando tenía entre nueve u once años, fue en el tiempo en el que pensaron que yo tenía suficiente edad para saber que mis padres no me habían abandonado ni nada por el estilo; me dijeron:
- Querida tus padres - hizo una pausa-, nunca te han abandonado, ellos te querían mucho para hacerlo. Lo que pasó en realidad es que tuvisteis un accidente de tráfico y el único superviviente gracias a Dios fuiste tú...
Sí, quizá para ellos fuera un "gracias a Dios" pero yo no lo creo así...
¿Por qué yo tampoco morí en aquel accidente? ¿Por qué tenía que vivir yo y no ellos? Y muchas más preguntas me hacía y me sigo haciendo; pero no hay nada que hacer tan solo seguir mi vida y disfrutar lo más posible...
Y sí mi infancia ha sido siempre igual...pero aunque la soledad sea mi mejor amiga, hay algo en mí que hace que siga para delante...
viernes, 28 de marzo de 2008
"Plop, plop..."
Se oía como las gotas de la lluvia golpeaba fuertemente las barandillas de los balcones.
Era una noche de verano, las nubes no dejaban brillar a una luna menguante.
La tormenta hacía que las familias se acurrucaran en sus lechos, viendo películas o divirtiéndose con juegos.Pero no todas las personas que habitaban en aquella calle eran felices, tan solo una persona tan solo una, no sabía lo que era estar feliz o quizá sí que lo sabía pero pocas veces lo había experimentado.
Ella estaba asomada en su balcón iluminada por una vela que titiritaba por el viento.
No era muy alta pero tampoco se podía decir que era baja, su pelo se removía al son del aire y su ojos oscuros brillaban por una capa acuosa que tenía el ojo. Unas lágrimas derramadas bajaban ligeramente por su cara.
Observaba la calle vacía que cada media hora pasaba una persona con mucha velocidad para llegar a su destino.
El olor a tierra húmeda se agudizaba más y más pero nadie se había dado cuenta.
Un relámpago hizo que toda la ciudad se quedara a oscuras pero ese balcón seguía iluminado por la vela.
Pero en ese mismo instante cogió la vela amarilleada y entró a su casa por otra vela y volvió a salir a intentar disfrutar la lluvia.
Esta vez no observaba la calle, sino que miraba las dos velas mientras seguía llorando y en ese instante cogió la segunda vela y pasó la llama que desprendía se la pasó por la yema del dedo gordo, se retorcía de dolor pero había decidido que por cada lágrima que derrochara una quemadura se haría así hasta dejar de llorar...
Al ver que todavía salían gotas de sus ojos y que su cuerpo ya estaba más o menos quemado, se tiró por aquel balcón.
Ese fue su trágico final, esa vez fue la última vez que sonrió.
Ahora en el lugar donde ella cayó no se ha podido borrar el charco que hubo de sangre y todavía la gente hace una pequeña memoria hacia aquella chica…
Se oía como las gotas de la lluvia golpeaba fuertemente las barandillas de los balcones.
Era una noche de verano, las nubes no dejaban brillar a una luna menguante.
La tormenta hacía que las familias se acurrucaran en sus lechos, viendo películas o divirtiéndose con juegos.Pero no todas las personas que habitaban en aquella calle eran felices, tan solo una persona tan solo una, no sabía lo que era estar feliz o quizá sí que lo sabía pero pocas veces lo había experimentado.
Ella estaba asomada en su balcón iluminada por una vela que titiritaba por el viento.
No era muy alta pero tampoco se podía decir que era baja, su pelo se removía al son del aire y su ojos oscuros brillaban por una capa acuosa que tenía el ojo. Unas lágrimas derramadas bajaban ligeramente por su cara.
Observaba la calle vacía que cada media hora pasaba una persona con mucha velocidad para llegar a su destino.
El olor a tierra húmeda se agudizaba más y más pero nadie se había dado cuenta.
Un relámpago hizo que toda la ciudad se quedara a oscuras pero ese balcón seguía iluminado por la vela.
Pero en ese mismo instante cogió la vela amarilleada y entró a su casa por otra vela y volvió a salir a intentar disfrutar la lluvia.
Esta vez no observaba la calle, sino que miraba las dos velas mientras seguía llorando y en ese instante cogió la segunda vela y pasó la llama que desprendía se la pasó por la yema del dedo gordo, se retorcía de dolor pero había decidido que por cada lágrima que derrochara una quemadura se haría así hasta dejar de llorar...
Al ver que todavía salían gotas de sus ojos y que su cuerpo ya estaba más o menos quemado, se tiró por aquel balcón.
Ese fue su trágico final, esa vez fue la última vez que sonrió.
Ahora en el lugar donde ella cayó no se ha podido borrar el charco que hubo de sangre y todavía la gente hace una pequeña memoria hacia aquella chica…
domingo, 16 de marzo de 2008
¿Remordimiento?
La tarde será un sueño de colores...
Tu fantástica risa de oro y plata
derramará en la gracia de las flores
su leve y cristalina catarata.
Tu cuerpo, ya sin mis amantes huellas,
errará por los grises olivares,
cuando la brisa mueva las estrellas
allá sobre la calma de los mares...
¡Sí, tú, tú misma...! irás por los caminos
y el naciente rosado de la luna
te evocará, subiendo entre los pinos,
mis tardes de pasión y de fortuna.
Y mirarás, en pálido embeleso,
sombras en pena, ronda de martirios,
allí donde el amor, beso tras beso,
fue como un agua plácida entre lirios...¡
Agua, beso que no dejó una gota
para el retorno de la primavera;
música sin sentido, seca y rota;
pájaro muerto en lírica pradera!
¡Te sentirás, tal vez, dulce, transida,
y verás, al pasar, en un abismo
al que pobló las frondas de tu vida
de flores de ilusión y de lirismo!
Juan Ramón Jimenez
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